03 febrero 2007
Degradación de colores de una ilusión
Es un proceso curioso. Como cuando estrenas unos zapatos, los que sabes que van a ser tus zapatos favoritos. Los compras y los primeros días los cuidas con mimo, te da hasta pudor enseñarlos. Los pruebas y repruebas en casa y tienes un miedo espantoso de sacarlos a la calle. Estos no están hechos para el asfalto, piensas. Pasan los días y finalmente lo pisan. Y te sientes orgullosa de tus pies, de cómo avanzan, de su soltura, una soltura que contagia al resto de tu cuerpo. Y sonríes, porque te gusta cómo caminan tus zapatos nuevos, porque la vida ese día tiene un sabor diferente. Están resplandecientes. Hoy, ese detalle es capaz de hacerte sonreir sin motivo aparente. Un buen día llega el primer pisotón, un tropiezo o tu primer despiste...la primera mancha. Un disgusto. No parecen los mismos. Los miras mejor y percibes que quizás esa mancha no sea tan fea, que incluso les da un toque de personalidad. Y esa misma justificación para el resto de manchas que preceden a esa primera. Así hasta ese día de resaca en el que te das cuenta de la urgencia de su ingreso en lavadora. Ya no son los mismos. Han perdido su chispa, tienen marcas, rastros, cicatrices...se han apagado. Antes eran blancos, hoy son grises, y aunque les tienes cariño...sabes que tarde o temprano tendrás que deshacerte de ellos. Ya no sólo por las manchas, sino por ese roto gigantesco que amenaza con seguir creciendo.
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1 comentario:
Hoy me he comprado unas botas azules, del tipo kickers, igaules a unas que tenía cuando era pequeño y todas las sensaciones que describes las he tenido mientras volvía del trabajo en la bici. Pero lo que me ha hecho pensar más ha sido jubilar unas zapatillas negras con cordones rojos que había llevado casi ininterrumpidamente durante año y medio. Abandonarlas ha sido muy duro, de verdad, las dejé sobre un contenedor, cerca de donde me las encontré.
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