14 octubre 2006
Luces entre tinieblas
Todos o casi todos los días desde que vivo aquí recorro el mismo camino a la misma hora o parecida. Siempre o casi siempre la misma rutina. El mismo bordillo para la espera diaria y pies a pares desfilando para entretener mis ojos. Pies cansados y cansinos absortos en sus propias rutinas de vuelta a o salida hacia.
Puntualidad inglesa. 3 escalones. Céntimos justos. 4ª fila tras 2ª puerta, pasillo a la derecha, asiento ventana. Y la misma gente todos o casi todos los días; año tras año...lo cual no implica cortesía. Y es curioso porque conozco más de alguno de ellos ( y seguramente a la inversa) que de muchos familiares de cita anual. De algunos, el nombre de sus hijos y lo que estudian, de otros lo guapos que son sus nietos. De los que se sentaban siempre delante compartiendo besos y regalices, que ya no lo harán más. Él le lleva la carpeta a otra y ella hace meses que prefiere otro horario.
A falta de nombres, combinaciones de letras y números. 1A hoy tuvo un mal día, 1C está pensando en él, 5D ha empezado el cole y ha dejado de compartir para siempre el 5C...Me he sorprendido incluso sintiendo alivio al ver a 7B después de semanas sin noticias; me recuerda tanto a mi abuelo...me tenía preocupada. Pobre; mi sonrisa le ha descolocado. Y podría seguir así con todos o casi todos.
Con cascos o sin ellos, por muy enfrascada que esté en la historia que siempre llevo guardada en el bolso, antes o después siempre ocurre algo mágico. Un silencio atronador, la bobera de los quinceañeros de última fila, el crío que llora porque no es capaz de convencer a sus ojos para que se mantengan alerta sólo un poquito más, cinco politonos hortera a canon...Es entonces cuando me vuelvo silencio, me aparto y los espío a través de sus reflejos en mi diminuto rincón de cristal convencida de que para ellos soy invisible. Qué magnitud adquiere el viaje cuando uno se da cuenta pocas veces al año de que no somos uno más ocupando un asiento de camino a casa. Qué aventura cuando somos conscientes de que nos rodean 8o y tantas historias diferentes, 80 y tantas miradas, 80 y tantas preocupaciones, 80 y tantos miembros de otras 80 y tantas familias más...
A veces, con demasiada regularidad, me lamento de lo parecidos o iguales que son los días al anterior y al siguiente; y sin excepción me cambia el humor a peor cada vez que llega la hora de subirme a la misma lata de sardinas de todos los días. Siempre olvido que cruz tras cruz en el calendario ocurre un milagro porque SIEMPRE dentro de una rutina tan grande, tan evidente, tan redundante existe un hueco para la sorpresa, para la vida. Para un pensamiento hecho público que consigue emocionarme y otras irritarme. Para una sonrisa compartida entre extraños, para una lágrima a escondidas, para ese primer "pa-pá" inesperado...
Y ese hueco reconcilia mis días y les recuerda que ninguno es igual al anterior y mucho menos al siguiente; que siempre hay una diferencia o varias, a veces sólo un matiz, pequeño, ínfimo. Que lo especial se esconde entre lo cotidiano; el truco está en BUSCARLO y una vez hallado SABER VALORARLO.
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