02 diciembre 2006

Prisioneros




Quiero pensar que no se utiliza la palabra para justificar una apetencia o para minimizar un mañana vinculante o conflictivo. Cualquier palabra es o debería ser carcelera de nuestros actos. No es necesario adornar, basta con preguntar. Basta enfrentarse al mismo juego en igualdad de condiciones. De nada vale permitir avanzar al otro diez casillas haciéndole creer merecedor del logro para luego justificar una derrota injusta. Una derrota irreal. En la mayoría de los casos, el supuesto perdedor disimula la realidad de lo que pasa ya que tampoco se plantea cuestionar unas normas previamente sobreentendidas. Y el ganador se queda satisfecho pensando que sus dotes persuasivas han mejorado hasta convertirse en infalibles.


Me repito. Soy consciente. Pero así lo siento. No creo en la gratuidad de la palabra. Y lo repetiré hasta la saciedad. Hasta aburrirme más de lo que ya están los demás de mi discurso.



Y es que no hace falta adornar un juego aceptado, en principio, sin posibilidad de revancha. No hace falta hablar más allá de los gestos. Sólo lo que sobra, y más cuando no fue exigido, hace daño. Las palabras sin fondo atan y matan hasta callarnos construyendo un muro de insensibilidad, de inseguridad. Generando un estado de sitio permanente ante aproximaciones ajenas.


Siempre alerta porque de cualquier palabra se duda; y no es de extrañar. Se ha cambiado la versatilidad de los registros del lenguaje por la descontextualización de su uso.



Eso sí, ya dudo de todo hoy en día. Porque a lo mejor esto no es más que una manía mía, infundada, una paranoia personal; y resulta que sólo yo veo en este comportamiento una carencia donde en realidad reside la normalidad.


Una cosa es aceptar las reglas, sobreentenderlas y actuar de acorde a ellas en pro de la supervivencia; y otra muy distinta, estar de acuerdo con ellas o justificar su existencia. Yo , al menos, no puedo.


Hermetismo ilustrado, despotismo emocional y anarquía sexual configurando la nueva revolución nocturna del siglo. Nocturno porque el día brilla por su ausencia en estos menesteres. De día se estila el silencio aislante, la noche atrae el verbo fácil. Y entremedias la incertidumbre de todos en busca de todos. Y de nadie.


La diferencia entre vivir ajena a esta dinámica o sumergirse en la vorágine mayoritaria está en sentirse vivo. Si no participas, te aislan o te aislas. Y si lo haces te convences de que por estar rodeado y compartir costumbres, vives. La duda está en saber si eso realmente es vida o simplemente la muerte de la esencia. La duda está en elegir entre muerte o muerte.

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