Pensé...
Acaso son ellos,
sus ojos,
las teclas
que amortizan
sus palabras.
No debería importarme,
menos enfocarme
y aun así ocurre
cada vez que ellos
secuestran las mías.
Y no es su silencio
el que oscurece,
es ese grito;
el que le desvela consciente.
Y precipita la despedida
y no duele el derecho a hacerlo,
lo hace la cabezonería
que construía lo contrario.
Y pienso...
Nunca debí volver a mirarte.
Pero quise.
Nunca mirarte.
Por ver incluso allá donde tú no la haces.
Dime que no escupes
a sabiendas de que tu aliento
es mi veneno.
Dime que hubo
acaso un día
sin trabas.
Que habrá uno al menos
en el que al abrir la puerta
no silbe tu angustia.
Uno al menos
en el que al abrirla
mires de frente.
Uno que pises
y otro que duela.
Que al menos uno
valga la pena.