11 enero 2007

Puertas (I)

Interpol-Cmere


Salió por aquella puerta embriagada por una dualidad que era incapaz de descifrar. Decidió desandar el camino, de vuelta al origen del día anterior a cámara lenta y transitando la ingenuidad que otorga mantener la mente en blanco. Le parecía levitar y era consciente de ser observada al cruzarse con los demás. Lo era sin serlo ya que en realidad nunca llegó a posar sus ojos sobre los de nadie, pero de repente sentía que su piel estaba recubierta por sensores y no por poros.

No sabía hacia donde caminaba más allá de coger el coche de regreso a su casa; el hacia dónde se le antojó de repente inabarcable. Sin embago no se detuvo, decidió dejarse llevar; por primera vez en mucho tiempo no manejaba las respuestas adecuadas, aquellas que su autocensura le exigiría en breve. Y siguió. Siguió durante mucho tiempo. Tanto que no fue hasta fallarle el pie en el embrague y calársele el coche cuando se dio cuenta de que no hubiese sido necesario rodear cinco veces la manzana para llegar a ese lugar, situado justo a diez metros de aquella primera puerta. Sonrió. Pocas veces había experimentado la sensación de no saber lo que hacía y no le disgustaba. Se sorprendió disfrutando del momento y esto hizo demorar todavía más la salida. Se acomodó en el asiento y se imaginó sentada frente a una inmensa pantalla de cine de aire libre. Impulsada por una fuerza a modo y semejanza de la de coriolis se hizo la música en el coche y empezó el espectáculo. El mundo giraba a su alrededor, a gran velocidad, los rostros no eran rostros sino pinceladas difuminadas de color carne irreconocibles por la agilidad de sus trazos. Entradas y salidas. Llantos. Carcajadas. Cualquier síntoma resultaba estridente, istriónico desde su posición relativa respecto a lo que desde el reposo parecía una ruptura con la mesura, una vacanal desorbitada de extremos inconexos.

Nada hacía sospechar lo que en breve se avecinaría. Poco a poco la velocidad exterior se aproximaba al tempo de su refugio de chapa. El volumen desaparecía en favor de la jauría humana, el vértigo se apoderaba peligrosamente de su equilibrio y sintió que la fuerza externa era incluso capaz de mover su propio cuerpo. Tuvo miedo, se sintió amenazada por algo que no entendía, no fue capaz de permancer y arrancó.

Serpenteaba la carretera como si realmente estuviera escapando de un peligro real, sentía su aliento en la espalda, lo presentía y éste mutó en llanto en cuanto el primer semáforo obligó a detener la escapada. Las lágrimas anegaban su visión, la inminente(siguiente cruce a la derecha) y la postergada(no tenía respuestas, no las tenía).

Verde. Vía libre. A fondo. Pero hacia dónde, cuándo, hasta cuándo. Por cuánto tiempo tendría que escapar. Hasta ese momento no había sentido culpabilidad o arrepentimiento de lo hecho horas antes. No había razón para ello ¿o si? La duda empañaba su ya de por sí flaca autodeterminación y empezaron a brotar en su rostro las marcas inequívocas del reproche. La perspectiva decrecía a marchas forzadas sin que nada ni nadie pudiese remediarlo. En ese momento sonó el teléfono. Dudó si cogerlo o no, y no precisamente por no encontrarse cerca de un sitio hábil para estacionar el coche momentaneamente; simplemente no estaba segura de querer escuchar, de poder hacerlo. Tímidamente descolgó:

-"Hola cielo"-quiso colgar. Con él no, no podía disimular con él. No era justo, lo sabía. Y aún así lo hacía.

-"Holaaaa..."

-"¿Alguna novedad? Ayer desapareciste, ¿no?"-sabe perfectamente que no había desaparecido, sabe exactamente lo que ha pasado pero busca en ella la confirmación de que todo va bien.

-"¿Desaparecido? Yo no lo diría así..."-se apodera de ella una risa nerviosa propia de un loco sin correas.

-"Bueno, ya me entiendes...¿Todo bien?"-sabe que no lo está aún deseando escuhar lo contrario y poder creérselo.

-"Sí, claro, ¿por qué iba a estar mal?"-sabe que no la cree, que tampoco esta vez logrará engañarle. Simpre lo sabe y aún así lo hace.

-"No, no, por nada. ¿Nos vemos mañana y así me cuentas entonces qué pasó?"-sabe que le dirá que sí y que mañana no hablarán de nada porque ella siempre dice estar bien.

-"Sí, claro; ¿a las 21:30 como siempre?"- sabe que mañana tampoco le dirá nada, aún así sabe que él sabe lo que pasa. Sabe que sólo con su compañía se sentirá mejor.

-"Sí, venga, un besiño"-

-"Un besiño"-

-"Hasta luego"-

_"Ch.."-siempre se acuerda tarde de que él no soporta esa palabra..-"Hasta luego"- casi siempre rectifica a tiempo.


Presiona el botón rojo y las consecuencias son casi tan devastadoras como si hubiera apretado la vía de una dosis de droga letal. Enloquece de terror. Llora, llora...sólo sabe llorar, tanto que inconscientemente pone en marcha los limpiaparabrisas intentando de alguna manera echarle la culpa a algún factor externo. No queda tiempo. Se hace a un lado de la circulación. Respira hondo. Fabrica un pañuelo a partir de un retal reconvertido en paño. Se borra los restos de humedad y se pinta una sonrisa con la barra de cacao. Bien, piensa. Pasarán inadvertidos.

La segunda puerta está cerca, debe llegar, aparcar bien el coche y retocarse el gesto. -"Hay que coger la mochila del maletero"-se dice-"y nos disfrazaremos de normalidad"-. Así lo hace. Saludos, risas, ironías, relato entrecortado y en "versión para todos los públicos" de lo acontecido y un día más en consonancia con lo que se presupone el leiv motiv correspondiente a los entresijos de esa segunda puerta.

La supuesta (y cierta) falta de sueño le garantiza poder permanecer ajena a la actividad normal de la pequeña comunidad. Cubre su cuarto de notas y letras y pretende escapar de su realidad a través de otras. Pero todas las historias parecen propias cuando los lastres pesan más de lo convenido. Si hay algo bueno en el hecho del paso inexorable del tiempo, es que al fin y al cabo, nunca deja de hacerlo y a una más que razonable velocidad constante. Siempre a pesar de antojársenos eterno cuando creemos no necesitarlo y fugaz cuando queremos aprovechar el perdido; por eso cuando se preguntó por primera vez cuánto faltaría para dar oficialmente la jornada por rematada y meterse en cama, ésta se encontraba dándole la bienvenida a la siguiente. Minutos y minutos que se desvanecieron en su presencia sin intentar retomar lo ocurrido tras aquella puerta; ni que decir tiene que este descubrimiento fue más que suficiente para desencadenar un nuevo proceso. Diferente. Porque quiso recordar lo ocurrido y no fue capaz. Lo intentó más de una vez. Mirando hacia la ventana, boca abajo, arriba; de repente la cama se le hizo pequeña para tanto esfuerzo y necesitó sentarse para tocar sus pies con el suelo y sentir el frío, calmarse. Pero todo le resultaba lejano. Todo lo que antes le asustaba se transformaba a gran velocidad en añorado, en lo mejor que había vivido desde hacía tiempo. Otra vez, pánico. Ahora sí que no sabía de qué perspectiva fiarse, ¿cuál era la real?; descartó la posibilidad de que ambas fueran viables simultaneamente. -"¿Qué me pasa?¿Qué me está pasando?"-. La duda era con cuál quedarse, cuál asumir como cierta aún a sabiendas de la poca fiabilidad de las dos. No tuvo tiempo a detenerse mucho más el el absurdo, se durmió al tiempo que por primera vez en todo el día recordaba aquel rostro, su cara al otro lado de aquella lejana primera puerta.

Lo hizo sin saber que un mes más tarde regresaría al antes y el después de aquel mismo lugar. Lo hizo sin saber que al cerrarla por segunda vez no sería como la primera. Sería peor. Porque la curiosidad y el no entender le harán desear todavía más volver a cruzarla. Y lo hará. Para cada vez entender menos y querer más convenciéndose de todo lo contrario.

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